Foro Juan Rulfo

domingo, 12 de septiembre de 2010

Círculo vicioso

En el capítulo 1 de Las epistemolgías constructivistas el autor trata de dar a conocer cómo cada época define lo que entiende por conocimiento y la manera en que éste se construye. Hay lo que llama una “epistemología institucional”, una entidad que marca lo que debe saberse y cómo debe saberse. El autor pone en evidencia que los integrantes de esa institución no suelen preguntarse si ese conocimiento y la manera de obtenerlo son válidos o no. Se da una especie de “contrato social” respecto a la producción del conocimiento; esto me suena a un pacto tácito, pocos se preguntan o cuestionan las pautas marcadas por esas instituciones. E incluso (críticos y no críticos) podemos protegernos tras la institución. ¿No hemos usado este mecanismo como un pretexto para no mejorar nuestra propia práctica? ¿No resulta más sencillo decir que no cambiamos algo porque la institución no lo hace primero? ¿Nos vigilamos como productores de conocimiento? El autor menciona que cuando alguien hace una crítica seria y bien fundamentada a las instituciones, éstas no prestan atención y si llegan a hacerlo, los cambios que introducen son de forma, pero nunca de fondo. Entonces parecería un círculo vicioso: si la institución no cambia el docente tampoco y si éste no lo hace, ella no lo hará. ¿Quién empezará a romper con esta dinámica? Aquí entra la complejidad del asunto. El análisis que pueda hacerse a los “paradigmas de las epistemologías institucionales” no debe ser con la intención de darnos palmaditas en la espalda y felicitarnos por lo bien que van las cosas, pero tampoco un análisis con ánimo detractor. Ni autocomplacencia, ni rebeldía adolescente. Un análisis complejo, desde varias ópticas, desde distintos puntos; encontrar soluciones y si esas no sirven, seguirse renovando.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Cambiar o no cambiar, esa es la cuestión.

“El siglo del conocimiento puede ser el siglo de la ceguera” resulta un recuento de lo visto durante el primer seminario. El autor menciona, entre otras cuestiones, cómo el cúmulo de información que hay actualmente no siempre permite que ésta se digiera de manera adecuada. Parece entonces que una de las nuevas tareas del docente será regular la cantidad y calidad de información con la finalidad de que los estudiantes aprendan a hacer lo propio; habrá que guiarlos para que puedan discernir y elegir. Se trata de poner la información a nuestro favor, ésta no debe ser un producto más de consumo sino ser utilizada para la autoformación.
El artículo recuerda también cómo, a pesar del ritmo acelerado de vida que llevamos, requerimos detenernos y reflexionar para poder crecer y cambiar. Ello está íntimamente ligado a la autoevaluación; si no recapitulamos y aprendemos de nuestras propias experiencias, entonces no seremos capaces de cambiar nuestra práctica docente y, dicho sea de paso, tampoco asuntos personales.
Entonces, si pensamos un poco veremos que vivimos una época, nacional y laboralmente hablando, muy difícil. Ésta puede ser una oportunidad para comenzar a cambiar o para regresar a viejos patrones. ¿Qué elegimos? ¿Le damos cabida a la incertidumbre o dejamos de movernos hasta quedar absolutamente estáticos y anquilosados?